Tuve cáncer.
A los 18 años de edad mi vida cambió.
Aprendí a Vivir.
Me diagnosticaron Osteosarcoma en fémur izquierdo. Y
cuatro años después, metástasis pulmonar.
Durante el camino a mi recuperación viví experiencias
que se transformaron en "Lucecitas", es decir, aprendizajes de vida.
Yo era una joven llena de energía, entusiasta por
cumplir metas. Tenía mi vida planeada para alcanzarlas.
Estaba iniciando mi carrera de Psicología, planeaba mi
intercambio universitario a otro país, estaba en el equipo de voleibol de mi
Facultad con el objetivo puesto en los siguientes Juegos Olímpicos 2012.
Era el año del 2008, tenía 18 años y durante un
entrenamiento de voleibol noté que no podía flexionar mi pierna, “algo” detrás
de mi rodilla impedía hacerlo. Pero no le tomé importancia. Con el paso de los
días y semanas me sentía cada vez más cansada y cada día perdía peso.
Acudí al médico y el camino del cáncer comenzó.
El
plan de tratamiento consistía en retirar el tumor, si el tumor no tocaba las
arterias entonces podrían colocar una prótesis femoral. Después de la cirugía
me enviarían a Oncología para recibir cuatro quimioterapias.
Por
el tamaño y posición del tumor no fue viable una cirugía en ese momento.
Primero teníamos que reducir el tumor. Me
enviaron a Oncología para recibir cuatro quimioterapias de “Cisplatino”. Cuando
la cuarta quimioterapia terminó acudí a Ortopedia para continuar con el plan.
No
fue así, el plan no podía continuar. El médico nos indicó que en la aduana
habían retenido mi prótesis, así que teníamos que esperar al menos dos meses. Y
me enviaron a una quimio más.
Una
más, una quimio más. Estaba cansada, no había recibido muchas quimioterapias
pero las cuatro quimios que recibí habían agotado mi cuerpo, los efectos
secundarios me dejaban sin comer por 10 días, todo lo vomitaba, mi energía se
consumía, no podía siquiera sostener un tenedor, me quedaba en cama por el
cansancio… cuando estos efectos pasaban tenía algunos días para reponerme,
alimentarme, comer todo aquello que se me antojaba pero no comía porque lo
vomitaba, podía salir a la calle y tomar un poco el sol, mirar a las personas
en su ajetreo día a día corriendo de un lado a otro sin pensar en su alrededor,
acudía a la Facultad para entregar tareas y no perder mis estudios. Antes de
salir a la calle me aseguraba de maquillar mis cejas, ponerme pestañas
postizas, usar un labial colorido, colocarme mi turbante y una gorra encima.
Recibí
esa quimioterapia extra, y otros efectos más. Adormecimiento de manos, brazos y
cara. Una sensación extraña… llegamos a urgencias. Ése lugar del hospital que
jamás queremos pisar.
Un
espacio pequeño donde las camillas se separan por tablones, puedes ver al
paciente de enfrente y escuchar al de a lado. Las enfermeras van de un lado a
otro, vocean a los médicos cuando un paciente entra en crisis, los médicos casi
no se aparecen. Mientras tu esperas que ese malestar se vaya, mientras observas
a tu alrededor, mientras quedas poco a poco inconsciente. Escuchas los sonidos
alejarse poco a poco, lamentos, los sonidos de aparatos médicos, el bullicio,
sirenas de ambulancia… esos sonidos de urgencias, sonidos que se van
desvaneciendo junto con tu aliento.
De
pronto mis ojos se sintieron pesados, pero mi cuerpo ligero.
Un
médico llegó a mi camilla, me observó con duda e interés, observó mi expediente
y tomó mi pulso. Corrió buscando un medicamento y lo colocó en el suero. Los
minutos pasaron y el aliento recobró energía.
Ésa
sensación tan cercana a lo que imaginamos muerte te remueve tu realidad, pero
te concientiza sobre tu existencia.
Pasaron
dos meses y el día de la cirugía llegó.
Una
tarde antes firmé el consentimiento médico, y al final me preguntaron “No
sabemos qué hallaremos en la cirugía, pero si el tumor aún toca las arterias
tendremos que desarticular es decir amputar la pierna. ¿Nos autorizas?”
Sin
pensarlo dije Si. Quiten lo que tengan que quitar pero no quiero ningún tumor
en mi pierna.
Desperté
de la cirugía y descubrí que efectivamente, quitaron el tumor.
Mi
pierna continuaba.
Acudí
a rehabilitación, aprendí a caminar de nuevo, aprendí a utilizar mi pierna
nueva.
Y
continué con los cuidados adecuados. Tenía que fortalecerme porque aun faltaban
cuatro quimios. Esta ocasión me administraron Ifosfamida, y fue un gran
respiro.
No
tuve vómitos, aunque sí tuve náuseas el médico me indicó un medicamento que las
controlaban.
Todo
funcionaba bien.
Dos
años después, en el año 2012 aún tenía 22 años y entonces ocurrió.
Un
nódulo de 2cm crecía en mi pulmón. Lo detectamos a tiempo, era pequeño y
operable.
Gracias
a mis revisiones médicas y a la atención que presto a cada detalle de mi cuerpo
logramos eliminarlo.
Lo
impresionante de este tipo de cirugía es la capacidad que tiene el cuerpo para
adaptarse a los cambios. En la cirugía de pulmón te colocan anestesia total, previamente
te miden la apertura máxima de tu boca para determinar el tubo del respirador que
colocarán hasta tus pulmones. Efectivamente, cuando realizan esta cirugía “desinflan”
tus pulmones para poder trabajar y retirar el tumor. De esta manera, durante la
cirugía respiras artificialmente. Colocan un tubo delgado en tu costado cerca
de la última costilla, éste tubo servirá para drenar líquido del pleuro. Días después
de la cirugía lo retiraron… y sí, fue muy doloroso. Pero rápido de retirar.
Nuevamente
aprendí a respirar, mi cuerpo comenzó a adaptarse nuevamente al reajuste, mi
pulmón volvió a su estado activo sin complicaciones extras.
Después
de la cirugía me enviaron quimioterapia, indicaron tres sesiones de cisplatino.
Esas
sesiones se transformaron en seis. Cada que acudía a consulta me decían “Una
más”, una más porque todavía no estaba libre de cáncer.
Y
yo pensaba “Sólo un poco más”.
Un
poco más, hasta que el límite llegó.
Era
la quinta quimio y yo ya no podía más. Antes de ir al hospital estaba en casa
pensando, cómo decirle a mis padres que me negaría a es quimio. Mi cuerpo ya no
resistía, lo sentía. En dos sesiones había recibido transfusión sanguínea
porque mis plaquetas no alcanzaban el límite adecuado para recibir la siguiente
quimio. Ya no podía una más.
Me
escondí en el armario hasta que mis padres me encontraron, hablaron conmigo y
dijeron que no podía retirarme a esas alturas. Sólo faltaba una más y todo
terminaría.
Acepté.
Pasaron
tres días después de la quimio y mi cuerpo respondió. Durante el día no podía
descansar, no podía comer, mi cuerpo hormigueaba, mis articulaciones se
contraían, estaba cansada.
Fuimos
a urgencias, era la tercera vez que visitaba urgencias.
En
esta ocasión fue diferente, esta ocasión mi límite alcanzó a mi vida.
Viví
la experiencia a la que tenemos tanto temor, aguantamos cada día un poco más
para sobrevivir. Sabemos que si soportamos un poco más día a día lograremos
sobrevivir al tratamiento o al cáncer.
Pero
en ocasiones sentimos los límites.
Ese
día lo sentí, ese día ya no podía más, y no me sentía una perdedora, nunca
pensé “Estoy perdiendo la batalla” Porque para mí no había batalla, no había
guerra. Simplemente mi cuerpo llegó a su límite, di todo lo que estaba en mis
manos, los médicos hicieron lo que podían hacer.
Sentía
como cada parte de mi se apagaba, dolía, estaba asustada.
De
pronto todo ese dolor se apagó. Ya no había dolor, ya no había miedo.
Quería
descansar.
Así
fue, el miedo desapareció y la paz llegó.
Justo
en ese momento los médicos lograron medicarme, mi pulso, mi respiración, mi energía
recobraron su estado.
Una
de las cosas que el cáncer nos regala es justamente esto, ya no temo a la
muerte.
Sé
que el día que muera no habrá dolor y aunque la muerte puede ser la mejor
experiencia que pueda vivir… Deseo vivir.
No
importa las adversidades que vaya encontrando en el camino, no importa las
náuseas y vómitos, no importa el cansancio, no importa el dolor, no importa el
sin fin de veces que una aguja entre en mi piel… Si soportamos un poco más,
estoy segura que valdrá la pena.
Pese
a la enfermedad seguimos viviendo, algún día terminará.
Pero
mientras termina, aun vivimos. A nuestro modo y a nuestro alcance.
El
cáncer no ganó ni perdió.
Yo
no gané ni perdí… Continué.