martes, 25 de abril de 2017

¿El cáncer regresó?


Esperar.
¿"Tiempo muerto" ?


Tantas consultas médicas con una larga espera de cuatro horas, en asientos fríos e incómodos, una sala de espera oscura, observando frente a ti tres puertas color terracota con muros color beige. 

Mosaico de Mariposas Brillantes
A tu espalda tienes vista a lo único resplandeciente del lugar... El mosaico de mariposas brillantes. Acompañas esa espera con un rico café y una rebanada de pan de elote o naranja.

Pasa el tiempo, los minutos, las horas. Cruzas tu mirada con otros pacientes que también esperan. Observas a cada persona acompañada de su familiar entrando a la consulta. Por sus miradas, su manera de andar, su tranquilidad o su angustia al entrar al consultorio te dicen si son nuevos en el barco o bien llevan un largo recorrido.

De pronto mi mamá comienza a conversar con la persona que está frente a Ella o a su lado, Ella siempre ameniza el tiempo de aquellas personas. Inicia su plática con el tema del clima o de lo tardado que es la espera. Después, así sin tapujos, les pregunta si son el paciente o el acompañante, o bien les pregunta qué tipo de diagnóstico tienen.

Consultorios de Sarcomas
C.M.N. sXXI:

La única luz que ilumina la sala de espera
es la luz de las lámparas.
Esta foto fue tomada a las 12hrs. del día.

Ella no es de esas personas incómodas que te ponen nerviosa con esas preguntas. Ella es de aquellas personas que te acogen con sus palabras, su plática, su risa, su inclinación hacia ti para escucharte y guiarte. 

Al final de todo Ella también es experta en el tema.

Las horas pasan, las personas entran y salen, y cuando la hora se acerca juegas a adivinar en cual de aquellos tres consultorios te llamarán. Entonces entramos.

Mi mamá siempre muestra mucho interés por cada palabra que el médico expresa. Yo, en cambio, soy quieta y silenciosa, atenta y segura de lo que el médico dirá.

Mi actitud es como mi cáncer, silencioso y tranquilo, insospechado y con un paso adelante. 
Algo aprendí de él.

El médico observa su pantalla del monitor, comienza a deducir y describir su perspectiva.
Como en cada consulta, me pongo de pie junto a él y le pido que gire un poco su monitor. De esa manera podré observar mejor mis estudios de imagen. Tengo esa necesidad de observar, finalmente esa fotografías son de mi cuerpo, y aunque sé que la respuesta es una buena noticia tengo esa necesidad de verlo yo misma.

Siempre pregunto, aclaro mis dudas sin importar cuánto tiempo tarde. Esas consultas son claves.

Sin embargo, un día todo ocurrió fuera de rutina.
Para mi siguiente consulta aun faltaban tres meses, pero no podía esperar más.

-Algo anda mal, tengo y necesito ir a consulta- pensé.

Hablé con mis papás, les comenté que algo andaba mal en mi respiración. El aire que respiraba no llegaba hasta el final de su ciclo, parecía detenerse en algún punto de mis pulmones. 

- Otra vez tengo cáncer- les dije.

Obviamente se quedaron sorprendidos y negaron tal posibilidad, pero me acompañaron al médico.

Cuando llegamos a la recepción de los consultorios le expliqué a la recepcionista lo que necesitaba. Agendó una cita para la siguiente semana y consiguió una orden del médico para realizarme estudios de radiografía.

En la consulta, los estudios no mostraron ninguna anomalía, el médico me explicó que era normal mi nerviosismo pero que no debía preocuparme de más. De cualquier manera "para tranquilizarme" me envió estudios de tomografía con contraste.

Efectivamente los estudios de radiografía no mostraban ninguna anomalía, pero yo lo sentía. Físicamente "algo" estaba ahí.

Y, así fue. Acudí a la tomografía.
Pensativa, silenciosa, preocupada... con miedo.

Por primera vez tuve miedo.
Miedo a no saber qué iba a pasar. Miedo porque mi vida estaba en riesgo. Miedo porque no podía respirar. Miedo a morir.

Con mucho nerviosismo entré a la sala de tomografía. 
Tomé mi teléfono, activé la música y puse mi canción favorita del momento.
Tomé asiento y el radiólogo se acercó para canalizarme y colocarme agua salina.

Tres piquetes en una sesión.
Un poco curioso, o quizás todos los pacientes sentimos lo mismo.
Pero tengo terror a las canalizaciones, esa sensación de sentir cómo entra una aguja bajo mi piel, suave y rasgando la vena, quedándose en ella por unos minutos y en algunos casos por horas y días.
A veces lo intentan una, dos o hasta tres veces. 

Ya conozco mis venas, son delgadas y frágiles. Su apariencia engaña, a simple vista parecen gruesas y muy notables. Antes de cada canalización siempre les comento que el catéter que utilizan conmigo es el rosita, el delgado, incluso usan el catéter para bebés. Pero aún con ello estoy expuesta a varios intentos.

En la tomografía sólo son minutos de angustia, mi brazo prisionero a una bolsita con agua salina y después un poco de yodo. Pero el momento pasaría rápido y al menos con un poco de ritmo.

Me recuesto, los pies al frente y mi cabeza sobre la almohadilla. Lista para atravesar la dona gigante.
Sube tus brazos por encima de tu cabeza. Quieta. Tranquila. No te muevas.
Respira cuando te indiquen.

Respira... algo que antes era tan cotidiano.

El yodo comienza a pasar a través de mis venas, mi cuerpo detecta su pasar... en un inicio frío y denso. Y enseguida comienza a recorrer mi cuerpo, a sentirse caliente y una sensación de hormigueo en la parte pélvica de mi cuerpo. ¡Incluso una sensación de orinar!

¡La primera vez creí que en verdad pasaría!
Me asusté y sentí vergüenza. Después te acostumbras a lo desconocido, lo transformas en algo cotidiano y pronto te sentirás tan experta que entrarás a la sala de tomografía con mayor seguridad. Tanta que hasta prometes a los radiólogos invitarles una Coca-Cola.

Mi estudio terminó. Diez minutos de completa quietud, tranquilidad, silencio y respiración.
¿Acaso es el yoga oncológico?

Una tomografía sensei, los diez minutos más pacíficos que vivirás en un hospital.
Los diez minutos que permitirán descubrir - de nuevo- a un intruso.
-¡Sonríe!- le dirás a ese inquilino.

Así fue, gracias a la tomografía el tumor fue observado.
Escondido detrás de la columna, ocultándose de una radiografía.
¡Un tumor muy tímido si me preguntan!

Llegó el día de la consulta, con todo el ritual que vivimos en cada sala de espera.
Entramos a consulta. El médico nos espera con una hoja en mano, un residente tan joven que podría ser dos años mayor que yo.

Un joven ojeroso y desvelado realizando sus guardias como protocolo para terminar sus estudios, un joven que cada que le es posible sale a relajarse un poco con sus amigos, un joven que en cada descanso aprovecha para enviar mensajes a su novia, a su mamá o a sus amigos.

Un joven tan lejos de mi realidad me dará la noticia del nuevo inquilino en mi cuerpo.

Creo que estaba más concentrada en nuestro mundos paralelos que en lo que estaba escrito en aquella hoja. Finalmente ya sabía lo que leería.

Me llamó la atención su nerviosismo, tan novato en comunicar esas noticias. ¿Podríamos aligerarle el momento? Claro que sí.

Estaba pronunciando un tipo de pre-discurso. Entonces, dijo "En la tomografía observamos una bolita en tu pulmón"

¡Por fin lo dijo!
Sentí un gran alivio, ¡Al fin está confirmado!

¡Wow!
¡Qué liberación!
Y qué sensación de confirmar que he aprendido a escuchar mi cuerpo.

Por supuesto que no me alegra escuchar esta noticia pero puedo asegurar que la sala de espera emocional es mucho más angustiante y congelante que el momento de la verdad.

Esa incertidumbre te genera miedo, angustia y desesperación.

- Gracias, ¿llevamos esta hoja a oncomédica o habrá algún procedimiento a realizar?- Le respondí al joven médico nervioso.

Mi mamá estaba muy callada, tratando de hacer preguntas pero en realidad... no se le ocurría ninguna duda.

- Con esta hoja agendarás una cita en los consultorios del área de tórax. El médico te indicará cómo será tu tratamiento. Suerte.- Aliviado y relajado explicó el joven médico.

Como siempre, con un apretón de manos dimos gracias y salimos del consultorio.
Y nuevamente ese silencio ensordecedor posterior a la consulta.

-Tranquila, verás que estarás bien.- dijo mi mamá.
Yo, sólo asentí apretando los labios y con una lágrima en el rostro.